Los hábitos de todos los días
Llegué a vivir a Estados Unidos en el año 2005. La primera elección presidencial que viví aquí fue la de 2008, fue la primera vez que gano Barack Obama. En ese momento el país vivía una profunda crisis económica, era la primera vez que una gran parte de la población experimentaba algo así. El hecho de que la mayoría de los norteamericanos no tuvieran un plan de contingencia agravó la situación, nadie tenía ahorros. El consumo cayó al piso y eso dificultaba más el reactivar la economía.
Las semanas siguientes a la victoria de Obama el ambiente era otro, se sentía una especie de optimismo generalizado. En el círculo que me movía se respiraba esperanza, tal vez un poco exagerada. No es un motivo de orgullo, pero venir de un país donde toda la vida se ha vivido en crisis y donde todo el tiempo se rema contra corriente te prepara de otra manera, aprendes a tomar todo con un grano de sal.
Me parecía que la gente al votar por Obama considera que su trabajo estaba hecho, que habían cumplido y que a partir de ese momento era responsabilidad de él enderezar el barco. Era responsabilidad de él generar los empleos necesarios y regresarle a todos el nivel de vida que tenían antes de la crisis. Si bien es cierto que en gran parte era responsabilidad de Obama, la actitud era más parecida a que habían elegido un mesías y no un presidente. ¿Entregar toda la responsabilidad de nuestro futuro a alguien más?, visto así suena desquiciado.
Vivimos esperando el parteaguas de nuestra vida, el gran evento, la idea revolucionaria, el momento que cambia nuestro destino. Así es, no perdemos oportunidad para sacudirnos la responsabilidad y asumir de manera completa lo que pasa en nuestras vidas. Lo hacemos de manera individual y colectiva. Todos conocemos a alguien que salta eternamente de dieta en dieta esperando encontrar la receta mágica para perder peso de la noche a la mañana y sin esfuerzo, departamentos completos esperanzados en que el jefe nuevo haga el trabajo menos odioso, países que dejan en manos del presidente su destino para volverse a desilusionar cada elección.
Por supuesto que muchas situaciones contribuyen al transcurso de nuestras vidas, pero es una responsabilidad nuestra vivir con ellas o hacerlas de lado. Todos sabemos lo que necesitamos hacer para estar sanos y todo sabemos lo que se tiene que hacer para acabar con el disgusto en cualquier situación.
Pensar que un evento extraordinario puede definir nuestra vida, es ignorar que la suma de las pequeñas cosas que hacemos de manera constante es el camino al éxito. Dos semanas en el gimnasio con rutinas de dos horas para abandonarlo y regresar tres meses después, nunca conseguirán los resultados que se obtienen con 30 minutos de ejercicio 4 o 5 días a la semana todo el año.
Si existe un momento que transforma nuestras vidas pero no es tan espectacular como lo imaginamos, el evento que define nuestro futuro no puede venir de la mano de alguien más, porque es el momento en que decidimos tomar control absoluto de nuestra vida, asumir toda la responsabilidad y no dejar nada en manos ajenas. No es vistoso, no es parecido a sacarse la lotería, pero es igual de gratificante.