Entiendo que todo el mundo quiere tener éxito, y no solo tener mucho, sino también tenerlo rápido.
En un mundo que vive a toda velocidad, resulta natural el deseo por alcanzar tus objetivos de manera apresurada. Ya nadie parece tener tiempo que perder: quiero lo que quiero y lo quiero ahora, esa es la nueva mentalidad.
El problema es que, en esencia, el éxito de la noche a la mañana no existe, es un concepto extraordinario, una metáfora para vender una emoción, la sensación de que puedes entrar al juego en cualquier momento, hacer una jugada mágica, anotar el gol que los hace campeones y llevarte la gloria para ti solo.
Nada más de pensarlo se me enchina la piel, que linda sensación, conseguir algo extraordinario casi de manera instantánea, como un golpe de suerte, como quien se saca la lotería. Cuando te pase esto y te emociones con la idea de triunfar de manera súbita, hazte un favor, olvídalo. Todo aquello que parece éxito repentino tiene una larga —muchas veces larguísima— historia de preparación, ensayo y corrección antes de llegar a la meta.
Obviamente, cuando observamos la historia de grandes personajes y compañías nos inclinamos a ver la última parte de su trayectoria, apuntamos la mirada a los momentos brillantes que los definen, y frecuentemente ignoramos el proceso de planeación y desarrollo.
El brillo de los exitosos empaña la mirada de la mayoría, se ciegan por su popularidad y son incapaces de ver que ahí frente a ellos está la única formula probada para acelerar el éxito: Encontrar algo que amas, enfocarse en ser muy bueno en ello, mejorar todos los días, corregir lo que haga falta y tener paciencia, mucha paciencia, paciencia por años.
Las 5 razones de la semana te invitan a preocuparte por el éxito en el mediano y largo plazo mientras trabajas en ello hoy.
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