Los golpes de realidad en mis primeros años en Estados Unidos

by | Mar 1, 2017 | marca personal

 

Aunque uno haya “hecho su tarea”, nunca se sabe al 100% lo que será la experiencia real hasta que la vive

 

Nací y viví en la Ciudad de México los primeros 32 años de mi vida. Hace 11 años mi esposo fue trasladado por su trabajo a Miami. Yo sólo había venido un par de veces y, aunque en ese momento imaginé lo que podría ser vivir aquí, a la vuelta del tiempo se van descubriendo capas y capas de lo que es en verdad la experiencia completa.

 

Con lo nerd que soy, puedo confesar que cuando nos mudamos acá ya traía yo a cuestas meses de investigar a fondo sobre todo tipo de situaciones con las que sabía nos íbamos a topar: contratar servicios, comprar coche, rentar casa, etc. Así que me sentía más que preparada para todo.

 

Todos los que alguna vez se han mudado de país, saben que por más preparado e informado que vaya uno, es inevitable cometer errores. No hay más que dejarse asesorar por los que saben, asumir que se va a “pagar la novatada” y tratar de aprender de la experiencia lo más rápido posible.  Por si alguien está o estará pronto en esa situación, les comparto lo que considero fueron los “golpes de realidad” que más me marcaron durante los primeros meses -e incluso años- de vivir en este país.

 

 

Sin historia de crédito no eres nadie

 

Si uno llega de su país en plan “todas las puedo”, y cree que con traer su dinerito se le abrirán las puertas para contratar servicios, comprar un coche, etc, está muy equivocado. En Estados Unidos, si uno no cuenta con historia de crédito (“credit score”) es como si no existiera. Cuando uno llega y cuenta con una visa para permanecer en el país (excepto con la de turista, claro), aplica a un número de seguro social, el cual te dan a la vuelta de unos días y deberás guardarlo más celosamente que tus cartas de amor de la adolescencia.  Y claro, este pequeño registro es tan poderoso que significa tu pase directo a vivir en deuda. La gente tiene un número de seguro social asignado desde niño, y aunque probablemente no lo use sino hasta ser un poco mayor, es la luz verde para empezar a endeudarse y, por ende, a construir la famosa historia de crédito. Mientras tanto, uno como recién llegado, tiene que dejar depósito para contratar la luz, el celular, el agua, etc., y a la vuelta de un año que has demostrado que eres de fiar, entonces te empiezan a levantar el castigo y a bombardearte con ofertas de todo tipo de tarjetas de crédito y préstamos.

 

 

Las labores de limpieza de la casa no son lo mío

 

Pues más vale que lo vayan siendo, o al menos, que le tomes el gusto a lo más básico de “home improvement” y de hacer limpieza. Aunque uno pueda darse el lujo de tener una persona que le ayude con la limpieza uno o hasta dos días a la semana, jamás se comparará con el concepto de ayuda doméstica que se tiene en Latinoamérica. En México es muy normal que la señora del servicio viva en la casa (acá las casas o departamentos ni siquiera cuentan con el “cuarto de servicio”), y que la señora o señorita en cuestión esté a merced de las necesidades de cada miembro de la familia desde que abren el ojo hasta que lo cierran. Cuando la susodicha puede sentarse un momento a ver “sus comedias”, es porque aprovecha para al mismo tiempo planchar y doblar la ropa que lavó más temprano. En Estados Unidos eso suena más bien a esclavitud, así que hay que acostumbrarse al concepto de pagar por un servicio de limpieza que cubre eso y nada más. El que quiera extras paga por ellos.

 

 

No haces el super, haces los supers

 

Cuando uno viene de vacaciones y se asoma por un super, se queda con la impresión de que hay muchísimo surtido, más que en su país de origen. Así que cuando uno se instala a vivir en Estados Unidos (al menos fue mi experiencia en Miami), se da uno cuenta de que no es fácil -o simplemente es imposible- hacer la compra en un solo lugar. En México es factible ir a un solo super y comprar todo lo que hace falta para la comida del diario, productos de limpieza, de baño, y hasta de farmacia. Acá nunca he logrado conseguir en un solo lugar todo lo que me hace falta. Para la comida, hacemos la compra en dos sitios; para las cosas de farmacia, en otro lugar; y también en otra tienda distinta los productos de limpieza.

 

 

Llevas lo patriota a flor de piel

 

No es que uno no se sienta siempre orgulloso de su nacionalidad, pero cuando uno vive en su país, normalmente el patriotismo se acentúa solamente cuando hay ciertos eventos tipo día de la independencia, mundial de futbol, etc. Cuando uno vive fuera de su país, el nacionalismo se siente a flor de piel. Basta con ver tu bandera en algún lado o que haya partido de futbol, para que te salga el orgullo y lo manifiestes públicamente. En mi caso, me ha pasado que hasta escuchar un mariachi me puede llevar casi a derramar la lágrima.

 

 

El consumismo al máximo

 

No es que yo venga de un país donde la gente vive en austeridad absoluta, la gente que tiene posibilidades económicas compra, ¡y mucho!. Claro, uno cuando viene de vacaciones a Estados Unidos se queda con la impresión de que todo es de alguna manera más barato o más accesible para la gente en general, da una sensación de bonanza. Al estar aquí uno puede ver que la realidad es otra. Sin duda el nivel de consumismo es mayor; la gente siempre quiere tener un coche de modelo reciente, el celular más nuevo, la ropa de última moda, al costo que sea. En el primer trabajo que tuve acá, me sorprendió mucho que la señora que hacía la limpieza en mi oficina traía mejor celular que yo, la chica de recepción tenía un super coche, la gente anda con bolsas de super marca, etc. Lo que luego me dí cuenta es que mucha gente cuando recibe su quincena ya la tiene toda gastada (muy en línea con lo que mencioné en el primer punto, arriba). La gente saca todo “en pagos”, así que generalmente viven por sobre el nivel de vida que deberían.

 

 

Lo increíblemente caro de la educación superior

 

El concepto de que los padres hacen el “college fund” (ahorro para educación superior) de sus hijos prácticamente desde que nacen, podría parecer una locura en cualquier lado. En Estados Unidos es de las cosas que aparecen más arriba en las prioridades del gasto familiar. Claro, no toda la gente puede contar con una cantidad determinada a destinar a este ahorro, así que millones de estudiantes cada año entran a estudiar una carrera (técnica o universitaria) y comienza a crecer su deuda hasta niveles impensables. Como la gente está acostumbrada a deber todo, la universidad no podría ser la excepción. Desafortunadamente no existen las universidades públicas tal como las tenemos en varios países de Latinoamérica (y Europa, que sería la referencia principal), acá hay “las menos caras y las más caras”, pero el concepto de la educación superior gratuita no existe ni en sueños.

 

 

Enfermarse es más caro en el cualquier lado

 

Cuando llegué a vivir a Estados Unidos, aún no era obligatorio tener seguro médico (como fue desde hace unos años con el famoso “Obamacare”). Si uno trabaja para una empresa, tiene esta gran preocupación resuelta porque seguramente le proveerán de un seguro médico. El día que mi esposo y yo decidimos que era momento de trabajar como independientes, nos enfrentamos a la realidad de contratar un seguro médico por nuestra cuenta, que es más caro que en cualquier país desarrollado o en vías de desarrollo. Ahora que ya es obligatorio tener seguro médico, la gente que tiene un ingreso anual menor a cierta cantidad (que no tengo en mente, pero es muy bajita), el gobierno le subsidia una parte del pago de su seguro. Así que si tienes la fortuna de estar por arriba de ese nivel de ingreso, también tienes la pesada obligación de pagarte un seguro a costo completo.

 

 

Sin duda, vivir en este país tiene muchísimas ventajas. Desde el nivel de vida hasta las oportunidades a las que uno puede acceder con más facilidad que en países en desarrollo. Pero comparto una reflexión que siempre hace mi esposo y que me parece muy cierta:  tres áreas básicas en un país, como son la educación (lo inaccesible que resulta en su nivel superior), la alimentación (lo caro que resulta comer saludable), y el sistema de salud (tan caro, tan deficiente y tan viciado), hacen ver que Estados Unidos no es completamente un país desarrollado.  El día que la gente pueda acceder a educación gratuita en todos sus niveles, a un sistema de salud accesible y bajen los niveles de obesidad, diabetes y demás enfermedades provocadas por la deficiente alimentación, entonces este será un país de primer mundo.

 

 

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