Es una cosa de la edad, nada más. No es cierto que los tiempos pasados fueron mejores, es pura nostalgia. Comparar los hábitos entre generaciones no tiene sentido; pensar que haber crecido sin un teléfono celular, sin televisión “on demand”, grabando canciones de la radio o jugando en la calle son mejores experiencias que las que hoy vive un adolescente, no es preciso.
Trabajando en MTV al final de los años 90, el comentario que recibía con más frecuencia era: “este MTV ya no me gusta, me gustaba el MTV de antes, ¿porqué cambiaron?”. Eso equivale a decir que las cosas no deben cambiar para que nos gusten siempre, o peor aun, asumir que las personas no cambian y pueden disfrutar las mismas cosas toda la vida.
Curioso, porque para mí, en el caso de MTV el problema no fue el cambio, fue que no cambiamos a la velocidad que debíamos haberlo hecho. Los cambios se tienen que hacer cuando tienes energía para impulsar la transformación, cuando vives tu mejor momento. Mover un cuerpo estático es una labor titánica, y pensar que las cosas no deben cambiar es antinatural.
No es una cuestión de calidad, es una cuestión de apertura. ¿A quien le molesta que Kevin Spacey haga series para Netflix y no películas para Hollywood? Qué distinto sería ver una película de House Of Cards cada dos años, o en su defecto un episodio nuevo cada semana. Sinceramente prefiero tener todos disponibles al mismo tiempo. Cuando algo es verdaderamente bueno, puede transformarse y nunca pierde la esencia. ¿Extrañar los discos de vinilo? not really. Me encantaba tener los discos de The Who, Ramones, The Cramps, Fugazi, Kinks, etc. en vinil, con sus enormes portadas de 30cm, decirle al mundo: “esto escucho, este soy yo”. Pero hoy valoro más subirme a un avión y tener la colección completa de The Smiths en Spotify y escucharla en el iPhone, o descubrir un grupo nuevo en el playlist de un blogger de 20 años.
Aquí es donde “la puerca tuerce el rabo”, en el valor que les damos a las cosas. No es lo que cuestan, es la percepción que tenemos del valor que agregan a nuestra vida. Alguien menor de 20 años no sabe lo que fue vivir una adolescencia sin teléfono celular, pero pensar que por eso su relación con familiares y amigos es menos cercana a la que pudimos tener nosotros no es cierto. El uso que se le dé a las herramientas y tecnología depende de la esencia con la que cada quien ha sido formado. Facebook me ha reconectado con amigos, WhatsApp me permite hablar con mis hermanos todos los días a pesar de vivir en países diferentes, Twitter es mi noticiario sin López Dóriga. No me gusta Snapchat, pero creo que de tener 20 años menos tampoco me gustaría, no es que sea malo, es que no es para mí. Procuro no comparar las experiencias de ayer con las de hoy, al contrario, me siento afortunado de poder adaptarme y utilizar las herramientas que agregan valor a mi vida.
Nada es permanente excepto el cambio. No es fácil, generalmente lo nuevo o desconocido nos intimida. Estoy seguro que en 20 años los adolescentes de hoy dirán que en sus tiempos todo era mejor, volverán al lugar común de buscar algo diferente y decidirse por lo mismo de siempre, lo que ya conocen, con lo que se sienten seguros. Alimentarán con historias su memoria colectiva y experimentarán nostalgia, pero por el simple hecho haber sucedido primero sus recuerdos no serán mejores, simplemente serán diferentes.