Siempre he tenido facilidad para los deportes, se me dan de manera natural, así que cuando me invitaron por primera vez a jugar dardos no lo pensé dos veces.
Acepté el reto inmediatamente, aun cuando sabía que el perdedor pagaría las cervezas de todos.
Llegamos al bar. En el grupo había expertos y novatos, organizamos los equipos de manera equilibrada para que nadie se sintiera en desventaja. Antes de tomar los dardos y lanzar algunos tiros de calentamiento, observé de manera analítica a los jugadores en otras mesas, entendí los movimientos básicos y empecé a tirar. Después de fallar los primeros lanzamientos, empecé a colocar varios cerca del centro. Mi confianza creció, estaba listo para empezar el juego.
Arrancamos con un excelente paso. Mi puntería no estaba tan lejos de los mejores, así que sumando el excelente trabajo de César – nuestro capitán -, teníamos muchas posibilidades de terminar por arriba de todos. De pronto, sin entender bien qué pasaba, mi desempeño cayó por los suelos, no lograba encajar el dardo en ningún lugar de la diana. Pensé que las primeras rondas habían sido la clásica suerte del principiante. Poco a poco los otros equipos nos sacaban mucha distancia. Era evidente que si no pasaba algo extraordinario, mi mal desempeño sería el culpable de que mi equipo pagara las cervezas de todos. César, mucho mayor que yo en aquel momento, se acercó a mí en un descanso y me habló como un mentor habla con su aconsejado. “Para ser la primera vez que juegas lo haces bastante bien, pero lo piensas demasiado”, me dijo. “Es que quiero sumar la mayor cantidad de puntos posibles para recortar la ventaja que ya nos llevan, respondí de manera automática. A lo que me respondió: “Sigue tu instinto, tu cuerpo sabe qué hacer, suelta el dardo cuando sientas que es el momento, no cuando pienses que lo tienes que hacer.”
No tenía nada que perder, así que decidí hacerlo, apagar el cerebro por un momento y entregar el control de mi cuerpo al instinto. Abandonar el análisis y cálculo, dejar de pensar para empezar a sentir. Poco a poco mi desempeño y números mejoraron. No fueron suficientes para ganar, pero nos colocamos por arriba de la media, y ese día no pagamos las cervezas.
Por mucho tiempo me olvidé de esta anécdota, pero últimamente he pensado mucho en la relación de la mente con el cerebro y la importancia que tiene escuchar las corazonadas en lugar de analizar todo una y otra vez. Hoy puedo aplicar el consejo de César en muchos terrenos. Por ejemplo, para contratar a alguien con quien me siento a gusto, aunque su currículum no sea el más impresionante; dejar pasar un negocio porque algo me parece sospechoso a pesar de las recomendaciones del asesor financiero; o pedir un platillo nuevo en un restaurante, nada más porque se siente bien. El cerebro es una máquina extraordinaria. Resulta complejo pensar en bloquearlo para decidir algo importante en la vida, pero hoy que somos tan dependientes de la tecnología para tomar desiciones, resulta muy sano escuchar qué tiene que decir nuestro cuerpo y alinearlo con la sabiduría de nuestro conocimiento. De vez en cuando deja de calcular, planear y resistirte. Deja de pensar todo dos veces, porque muchas vez puedes perder la mejor oportunidad.
5 profesionales nos ayudan a pensar menos y sentir más, utilizando la experiencia e inteligencia emocional.
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