La manera en que nos describimos puede ser una extraordinaria fuente de motivación y poder.
Si nos etiquetamos como creativos, tenemos la libertad de proponer ideas alocadas sin temor a ser juzgados. Si nos identificamos como una persona sana y atlética, podemos librarnos de ir a fiestas o eventos nocturnos a los que no tenemos muchas ganas de ir (yo lo he hecho muchas veces, ¿no te encanta?).
Una etiqueta es una manera sencilla de comunicar nuestras prioridades y “empoderarnos” para hacer o no algunas cosas. Pero hay que tener mucho cuidado, porque esas mismas etiquetas pueden limitar nuestro pensamiento y capacidad.
Por ejemplo, un director general no tiene la obligación de hacer el trabajo “pesado” que hace su equipo. De la misma manera, el manager o gerente no tiene la responsabilidad de elaborar una estrategia de negocios, a pesar de que la estrategia determina en unos meses si esa persona tiene trabajo o no.
No lo niego, definir claramente el rol que tenemos facilita muchas cosas, pero puede limitar la información y experiencias a las que nos exponemos. Por eso, podemos desarrollar o aprender menos habilidades y, en definitiva, bloquear nuestra capacidad para crecer profesionalmente. |