Hay momentos en la vida de todos en que nos preguntamos ¿y cómo diablos terminé yo aquí?
Y no me refiero a la pijamada con excompañeros de la universidad en una cabaña en medio de la nada, estoy hablando del momento en que te sientes atorado hasta el pescuezo, algo así como atrapado en las míticas arenas movedizas del “nada de lo que hago está funcionando”. El futuro que habías imaginado no se ve en el horizonte ni por asomo. Entonces piensas “tierra trágame de una vez”, porque lo que menos quiero es acostumbrarme a esto.
Pueden ser situaciones profesionales, relaciones personales o proyectos generales de vida o trabajo. Tarde o temprano todos llegamos a ese punto en el que sentimos que ya no estamos en la dirección correcta para alcanzar nuestros sueños, y que más bien estamos caminando en círculos.
Algunas personas le llaman crisis de los 40, o midlife crisis, como le dicen por acá los gringos. Bueno, bueno, eso es lo que dicen los invitados a los programas de la mañana que ven las mamás. La realidad es que todo el mundo empieza a reflexionar sobre estas situaciones al final de cada década de vida.
Según las investigaciones, el patrón es el siguiente: a los 28 años empezamos a cuestionar el sentido de nuestra vida. El ciclo dura más o menos dos años, disminuye y regresa aproximadamente a los 38, después a los 48 y sí, adivinaste, también a los 58.
Muchas personas lo sobrepasan rápidamente con el cambio de década, pero muchas se quedan atoradas. ¿Te acuerdas lo que dije de las arenas movedizas?, pues sí, así mismo. |