Cuando era estudiante de segundo año en la carrera de Ciencias de la Comunicación, no sabía exactamente qué quería hacer.
Tenía algunas ideas y muchos intereses, pero nada parecía verdaderamente convincente. El plan de estudios tampoco resolvía mi problema; se trataba de una revisión superficial de muchas cosas, una panorámica de los medios y sus mensajes para formar mi punto de vista y encontrar mi espacio en esa industria. Era evidente que ni aun aprobando todas las materias con nivel de excelencia me titularía como una eminencia en el arte de comunicar ideas con el mundo.
No es que menospreciara las asignaturas o la visión de los profesores, pero lo que veía en las clases resultaba muy lejano a mi experiencia trabajando en una compañía de música alternativa. Pensaba que ambos mundos se complementaban, y que si se unían me formaría mucho mejor como profesional. Un par de amigos me calificaron de loco y concluyeron que aunque la idea de hacer más prácticas en la Universidad era buena, nunca pasaría por cuestiones de logística.
Mauricio Méndez no tenía filtros. Joven, inquieto y atrabancado, habló con la coordinadora de la carrera. No sé que le dijo, pero a las pocas semanas estábamos en el estudio de la universidad grabando el primer episodio de nuestro programa de videos musicales.
Transmitimos unos cuantos episodios en la cafetería y al poco tiempo suspendimos la producción por razones ajenas a la Universidad. En gran parte, aquella idea llevaba a la práctica de manera artesanal formó mi manera de hacer las cosas por muchos años. Muchas veces pienso que de no ser por la audacia de Mauricio, tal vez nunca hubiera tomado un micrófono para platicar sobre música.
Para mí esta historia tiene dos moralejas:
La primera, que en la vida, en el trabajo, en los negocios y sí, incluso en el amor, nunca sabremos si algo es posible a menos de que preguntemos y lo intentemos. Preguntar es la manera más sencilla de influir en el destino y cambiar algo que no nos gusta.
Y la segunda es que la mayoría de personas camina por la vida atravesando únicamente las puertas que ya están abiertas, siguiendo los pasos de quien pasó por ahí antes y construyó una ruta hacia su destino. El problema es que nunca se sabe si esa ruta funcionará igual para ti, y si llevará a donde tú quieres llegar.
Hay un poder inmenso en crear y abrir de manera intencional puertas nuevas. En crear avenidas diferentes, alternativas y atrevidas, para formar caminos que se amolden mejor a nuestros gustos e intereses. Puede ser más complicado, pero seguramente también es más satisfactorio.
Cuando preguntas si se puede hacer alguna cosa, ¿qué es lo peor que puede pasar? Que te digan que no, se rían de tu ingenuidad y vivas un pequeño momento de vergüenza, ¡que más da!, después de eso estarás en una mejor situación. Sabrás que esa no era la ruta adecuada y que tú tienes que diseñar la que funcione para ti. Y si te dicen que sí, te ahorras algún tiempo y podrás hacer muchas más cosas.
Las 5 razones aplauden la idea de no detenerse porque piensas que te van a decir que no, y celebran la originalidad de crear caminos nuevos, diferentes, divertidos y arrojados.
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