Los estudios han confirmado que simplificar las cosas en la vida nos hace personas más felices.
Sin embargo, la mayoría del mundo tiene lo que los psicólogos denominan un sesgo de complejidad, es decir, una tendencia a complicarlo todo.
La idea de que cosas complejas y muy elaboradas son mejores debe tener su origen en la idea de que más es mejor. El mundo está obsesionado con tener más seguidores, más dinero, más propiedades, más asistentes, etc. Como sociedad, nos cuesta trabajo aceptar que algo sencillo, sin demasiados adornos ni parafernalia, puede ser mejor que algo muy llamativo y pomposo.
El verdadero problema de esta alteración es que no se queda en el plano de la gratificación, también se acarrea a lo personal, laboral y estratégico. En la cuestión laboral, es evidente que las soluciones complejas siempre son más apoyadas. El miedo al fracaso invita a derrochar recursos para resolver un problema, a “tirar la casa por la ventana”, formar equipos muy grandes y apantallar mostrando la capacidad y los recursos. Resolver el problema pasa a segundo plano, lo importante es sobre recargar la estrategia para estar bien protegido – por lo menos en apariencia -, y, si algo sale mal, que no digan que no hice todo lo que pude.
Muy pocas personas logran identificar o construir estrategias sencillas para resolver problemas o alcanzar objetivos. Se necesita conocimiento, capacidad, visión, experiencia, madurez y mucha seguridad. Paradójicamente sobrecargar nuestras acciones o incluso pensamientos descubre nuestras limitaciones en lugar de disfrazarlas. Que nadie se confunda, las cosas fáciles no son aburridas o carentes de valor, son la muestra de que una visión estratégica ha hecho de lado todo lo que resulta inútil y suma complicaciones.
Hacernos la vida fácil es un buen mantra para empezar los días, celebrar lo esencial y dejar pasar todo lo que sale sobrando.
Esta semana, recordemos 5 maneras de hacer el trabajo más fácil, sin que se convierta en algo simple y sin emoción.
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